El dólar minorista aumentó diez pesos, a $1.300, en las pantallas del Banco Nación, y volvió a alcanzar su récord histórico nominal del pasado martes. En el mercado informal, el dólar blue se negoció con un incremento de diez pesos, a $1.305 y se mantuvo como la variante más cara dentro del mercado cambiario.
En el segmento financiero, el contado con liquidación (CCL) avanzó 1,2%, a $1.301, mientras que el dólar MEP ganó 0,9%, hasta los $1.293. Por su parte, el tipo de cambio mayorista avanzó dos pesos y se posicionó en $1.286.
En medio de un escenario de creciente presión cambiaria, el Gobierno argentino impulsó un cambio radical en su política monetaria que dejó expuestas las fragilidades del nuevo esquema. La estrategia de abandonar el anclaje mediante tasas de interés y pasar al control directo de la base monetaria se topó con una realidad financiera poco receptiva. Como respuesta, el Banco Central tuvo que reactivar mecanismos tradicionales de absorción de liquidez, mientras el Tesoro se mostró incapaz de captar los pesos excedentes.
El objetivo inicial era redirigir los fondos del sistema financiero desde las tradicionales ventanillas de liquidez hacia la compra de deuda del Tesoro. Pero el resultado fue opuesto: los bancos prefirieron mantener posiciones líquidas, evitando comprometerse con un modelo incierto. Esto generó una emisión de $10 billones —equivalente al 30% de la base monetaria—, que impactó de lleno en las tasas de interés y alimentó la demanda de cobertura cambiaria.
Para contener la situación, la autoridad monetaria intervino en los mercados de dinero y futuros del dólar. Se estableció un piso de tasas mediante pases al 36% y se intensificó la presencia en contratos de futuros, lo que logró estabilizar momentáneamente al tipo de cambio oficial. No obstante, los analistas advierten que se trata de una calma precaria, sostenida por instrumentos costosos y de efectividad limitada en el largo plazo.
La principal crítica de expertos de la City apunta a la ausencia de mecanismos estructurales para absorber liquidez. Con tasas reales altas y pasivos remunerados reapareciendo en escena, el nuevo esquema monetario corre el riesgo de agotar su margen de acción antes de consolidarse.
El nuevo modelo del Tesoro no convence al sistema financiero
El plan oficial contemplaba eliminar las Letras de Fijación (LeFi) y canalizar los pesos excedentes hacia el Tesoro, quien a través de sus licitaciones de deuda absorbería la liquidez. Bajo esta lógica, el Tesoro pasaba a ser el actor central de la política monetaria, utilizando sus cuentas en el BCRA como amortiguador para expandir o contraer la base monetaria.
Sin embargo, el mercado no acompañó. En lugar de volcarse a los nuevos instrumentos del Tesoro, los bancos decidieron preservar liquidez ante la incertidumbre regulatoria y operativa. Esto derivó en una expansión monetaria involuntaria y en la caída de las tasas locales, que comenzaron a alejarse de los niveles necesarios para mantener a raya la demanda de dólares.
El especialista Pablo Moldovan, de la consultora C-P, explicó en su cuenta de la red social X que esta falta de participación forzó al Gobierno a improvisar soluciones. Al no lograr captar fondos en las licitaciones, el Tesoro se vio limitado para actuar como regulador monetario, y la presión recayó nuevamente sobre el BCRA.
La transición hacia un esquema de control de agregados monetarios no encontró respaldo en el sistema bancario, que se mostró reacio a operar sin un marco de incentivos claro. La falta de previsibilidad del nuevo modelo se convirtió en un obstáculo para su implementación.
Intervenciones costosas: el regreso de los pases y las tasas altas
Ante la ineficacia de la estrategia original, el Banco Central reactivó su presencia directa en el mercado. A través de pases activos, ofreció tasas del 36% para absorber el excedente de pesos, marcando el retorno de los pasivos remunerados, aunque de forma transitoria.
Además, intervino en el mercado secundario de Lecaps para fijar tasas más altas y contener la migración hacia el dólar. Esta acción permitió establecer una referencia de rendimientos para los instrumentos en pesos y frenó parcialmente la salida hacia activos en divisa.
Según Max Capital, este operativo logró estabilizar las tasas y bajar la presión cambiaria, pero a un costo elevado: el BCRA debió absorber $ 5 billones en operaciones de corto plazo. La pregunta es si este mecanismo es sostenible en el tiempo, considerando el creciente impacto fiscal de este tipo de medidas.
En paralelo, los bancos mantuvieron sus fondos líquidos para cumplir con requerimientos de encajes, evitando comprometerse con las nuevas licitaciones del Tesoro. Esto dejó a la autoridad monetaria como único actor capaz de absorber el exceso de liquidez.
Futuros del dólar: intervención sin límite del FMI
Otra de las herramientas activadas por el BCRA fue su participación en el mercado de futuros de dólar. En los últimos días, el interés abierto creció en más de u$s 700 millones, una cifra que, según Max Capital, confirma una intervención agresiva en este segmento.
Este tipo de operación tiene la ventaja de no estar limitado por el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), salvo por el tope local de u$s 9.000 millones. Por eso, representa una herramienta atractiva para el Central en contextos de tensión.
La estrategia permitió contener el tipo de cambio oficial confirmando que el dólar está siendo contenido artificialmente. El mercado percibe que la paridad cambiaria depende de la intervención oficial, no de un equilibrio genuino entre oferta y demanda.
Sin instrumentos alternativos para canalizar la liquidez, el sistema financiero tiende a conservar fondos, generando inestabilidad en las tasas. Las ventanillas de pases podrían ofrecer un esquema de absorción más eficiente si se implementan con costos razonables.
Tasas reales positivas: éxito aparente con fecha de vencimiento
Los datos recientes muestran que las tasas locales superan el 35%, mientras que la inflación de junio fue de apenas 1,6%. Esto implica una tasa real positiva del 12% al 14%, lo que actúa como ancla frente a la demanda de dólar.
Sin embargo, los analistas advierten que este nivel de tasas no puede mantenerse indefinidamente. A medida que se acerque el ciclo electoral y aumenten las necesidades fiscales, el Gobierno podría verse obligado a reducir estos incentivos, debilitando el andamiaje de estabilidad actual.
Max Capital prevé que el tipo de cambio oficial se irá depreciando en forma real y gradual hasta octubre. Esta estimación se basa en la expectativa de una futura baja de tasas y en el impacto contable de las operaciones de futuros en el balance del Banco Central.
Los expertos advierten que, si no se establecen mecanismos de absorción de liquidez estructurales y sostenibles, las tensiones cambiarias podrían reaparecer con mayor intensidad en los próximos meses.
Una pausa cara en la escalada cambiaria
En síntesis, el Gobierno logró temporalmente contener la escalada del dólar mediante una serie de intervenciones sincronizadas. Pero este alivio fue posible gracias al uso de herramientas que ya habían sido descartadas por su alto costo y bajo impacto a largo plazo.
El equilibrio alcanzado es, por ahora, transitorio. Con tasas reales altas, fuerte intervención en futuros y ausencia de mecanismos permanentes de absorción, la estabilidad actual pende de un hilo.
Los expertos coinciden en que el modelo monetario necesita ajustes urgentes para ganar consistencia. Si el Tesoro no logra captar los pesos sobrantes y el Central no encuentra una vía más eficiente para drenar liquidez, las tensiones regresarán.
El desafío es doble: sostener la estabilidad sin hipotecar la sostenibilidad fiscal y consolidar un nuevo ancla monetaria creíble. Mientras tanto, el mercado observa, los bancos se resguardan y el dólar espera su próximo movimiento.
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