El gobierno puede seguir jactándose de sus «superávits gemelos»: los números del comercio exterior confirmaron el saldo positivo de la balanza en abril. A tono con los meses anteriores, el saldo a favor fue de u$s1.820 millones.
De esta manera, se acumulan cinco meses consecutivos con superávit comercial, y con esta proyección hasta se podría superar la expectativa de un saldo positivo de u$s16.000 millones para todo el año, que reflejaron los economistas en la última encuesta REM. Para llegar a ese resultado, alcanza con un superávit mensual promedio de u$s1.340 millones, y los resultados que se vienen registrando superan ampliamente esa cifra.
En principio, todo apunta a que el superávit incluso pueda superarse en el corto plazo, dado que recién ahora se empieza a sentir de lleno el impacto de la exportación de la cosecha gruesa. El arranque de la venta había sido más lento que lo esperado, en parte por los inconvenientes climáticos que generaron un problema logístico en el transporte de mercadería a los puertos, y en parte por la reticencia de los productores a vender su stock a un tipo de cambio que consideran atrasado.
Aun así, en abril hubo una suba interanual de 53,8% en la exportación de materias primas. Y esto se logró incluso en un contexto en el que los precios del mercado internacional seguían a la baja. El gran motor, naturalmente, fue la soja: el incremento del volumen exportado fue de 80%, lo que compensó con creces una desmejora de 14,8% en los precios.
La del rubro agrícola era una mejora que se daba por descontada, dado que la base de comparación es el crítico año de 2023, en el que se registró una de las peores sequías de la historia.
También estaba previsto que el rubro de los combustibles y lubricantes, que en los últimos años fue uno de los grandes dolores de cabeza para el Banco Central -porque demandaba muchos más dólares de los que generaba- este año revirtiera su tendencia. Es así que, en abril, gracias a la venta del petróleo, las exportaciones de este rubro tuvieron una suba interanual de 44%.
Del otro lado, las compras de combustibles –gas licuado, principalmente- apenas ascendieron a u$s242 millones, lo que implica un desplome de 58,9% respecto de la cuenta que llegaba hace un año. Así, la balanza energética del mes fue positiva en u$s703 millones.
Las obras de infraestructura gasífera permitieron bajar las importaciones, pero podría haber un cambio en los meses invernales
Un superávit recesivo
Sin embargo, estas cifras, que a primera vista lucen positivas y ayudan a la recomposición de las reservas del Banco Central, implican también una serie de problemas pendientes de la economía.
Para empezar, que ese superávit solo puede explicarse por la profunda recesión: no se obtuvo por causa de un boom exportador, sino principalmente gracias a un desplome de las importaciones.
En abril, mientras las exportaciones crecieron un 10,7% en comparación contra un año signado por la sequía, las importaciones caen a una tasa de 22,7%, una cifra que, si bien es más pequeña que en los meses anteriores, todavía resulta incompatible con una recuperación económica.
Según el consenso entre los economistas, Argentina tiene una regla de «tres a uno», que implica que para que el PBI crezca un punto, se necesita que las importaciones se incrementen en tres puntos, dado que de esa forma se abastecen los insumos de la industria nacional.
Los números de abril son elocuentes en ese sentido: los rubros de bienes de capital, bienes intermedios y piezas y accesorios sumaron apenas u$s3.759 millones, un 20% menos que hace un año, cuando también las compras estaban limitadas por la escasez de divisas.
Este año, de acuerdo con la proyección de la encuesta REM, habrá importaciones por u$s62.897 millones. Es decir, una cifra que se ubica un 15% por debajo de la registrada el año pasado. Y, para colmo, las proyecciones vienen siendo revisadas a la baja por los analistas, en la medida en que se consolida la percepción de que el cepo cambiario no será desarmado rápidamente.
La liquidación agrícola mejoró, pero viene a un ritmo más lento de lo esperado, por la reticencia de los productores a vender con este tipo de cambio
Para empeorar más la situación, es probable que en los meses invernales haya que destinar mayor cantidad de dólares a la compra de gas, dado que las obras de infraestructura no avanzaron lo suficiente como para que se incremente la inyección de gas a la red. Es por eso que el gobierno está avanzando en un acuerdo con Bolivia, que asegure la provisión a las provincias del norte.
Esa situación implica que, a la ya escasa cantidad de importaciones de insumos industriales y bienes de capital, se le agregará un competidor prioritario en la asignación de las escasas reservas disponibles.
Productores sojeros, con cautela
Para el corto plazo, todas las esperanzas están puestas en la aceleración de la exportación agrícola. En mayo, el promedio diario de liquidación de divisas es de u$s69,6 millones, lo que implica casi un 30% de mejora respecto de las ventas registradas en abril.
De todas maneras, no son cifras comparables con las de años de grandes campañas del campo. Hubo situaciones climáticas imprevistas que obligaron a revisar los números a la baja. En algunas regiones hubo lluvias insuficientes, en otros hubo exceso, y hasta se reveló más dañina de lo previsto la «chicharrita» que arruina los cultivos de maíz en el norte del país.
Para empeorar la situación, tampoco ayudan los precios del mercado internacional. Si bien en las últimas semanas se registraron aumentos de la soja en Chicago -por el impacto de las inundaciones en el sur de Brasil, que recortó la oferta internacional-, los u$s458 por tonelada que se paga hoy todavía representa un precio un 5% más bajos que los de fin del año pasado. Y, por cierto, muy lejos del pico de u$s520 millones que se vio en el invierno del año pasado.
Pero las mayores dudas tienen que ver con la situación interna: los productores plantean que sus márgenes de rentabilidad se achicaron mucho, dado que deben comprar insumos a un dólar más alto -por la aplicación del impuesto PAIS– mientras que deben vender a un dólar bajo y, además, sufrir el descuento de 33% por retenciones.
Esa situación lleva a que la venta se produzca a un ritmo lento, a la espera de señales del gobierno en materia cambiaria.
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