El efecto que pueda tener la volatilidad del mercado internacional, sobre todo tras la renuncia de Joe Biden a la candidatura en la campaña estadounidense, se ha transformado en uno de los principales temas de preocupación del mercado argentino, justo en un momento en el que están quedando en evidencia las debilidades del plan de Toto Caputo por la escasez de divisas.
La preocupación ha venido en ascenso, ante la constatación de varios indicadores del mercado global que jugaban en contra de la economía argentina.
Entre otros, se mencionaba la apreciación indirecta del peso por el hecho de que en países relevantes de la región, como Brasil, se consolidaba una tendencia devaluatoria. El real, que había empezado el año con una paridad de 4,9 por dólar, se depreció hasta un nivel de 5,68 a inicios de mes.
Esto implicó, según la estimación realizada por Fundación Capital, una caída de 33% en la competitividad argentina frente a Brasil, algo de lo que ya está dando cuenta el regreso de notas periodísticas sobre el atractivo que el país vecino vuelve a ejercer sobre los turistas argentinos (los operadores del sector estiman que subirá un 30% la afluencia hacia ese destino).
La situación del real es, naturalmente, el reflejo de una apreciación del dólar a nivel global, que como es habitual trae un correlato inquietante: la caída de los precios de commodities en el sector agrícola.
Lo cierto es que la soja, el principal producto de exportación argentino, ha sufrido una marcada depreciación. Hubo un leve repunte en mayo, causado sobre todo por el recorte pasajero de la oferta tras las grandes inundaciones en el sur de Brasil, pero ahora ya está claro que se volvió a la tendencia bajista.
Mientras en Argentina el mercado se preocupa por el atraso cambiario, el real brasileño profundiza su devaluación frente al dólar.
Los u$s403 que se pagan por la tonelada de soja en el mercado de Chicago lucen muy bajos en comparación con los u$s458 que mostraba la cotización en aquel pico de mayo. Y ni que hablar si se compara con los más de u$s500 a los que cotizó la oleaginosa.
La estadística muestra que, desde noviembre de 2023, la soja ha perdido un 41,5%, mientras que el maíz cayó un 38,9% y el trigo un 18,3%.
Para colmo, el mercado de futuros muestra que la tendencia del mercado es a una mayor depreciación, con un precio de u$s380 para el resto del año.
Los silobolsas siguen llenos
Esto es algo que replantea la cuestión sobre cuál será la actitud de los productores sojeros, si vender ante la perspectiva de que el precio sólo tiene chances de empeorar, o si mejor esperar con el producto guardado en silobolsas hasta que mejoren las condiciones del mercado -por ejemplo, por una devaluación del peso-.
Los 39 millones de toneladas esta campaña agrícola que todavía están sin vender -según los datos de la Cámara de la Industria Aceitera y el Centro de Exportadores de Cereales- suponen una suma de u$s14.000 millones. Para algunos, esto puede significar una buena noticia, en el sentido de que el segundo semestre no será tan escaso de divisas como marca la historia reciente.
Pero los más escépticos del mercado creen que esta es la señal de que los productores están dispuestos, una vez más, a pulsear con el gobierno y no liquidar más de lo estrictamente necesario hasta que no haya alguna medida que mejore el precio efectivo de la exportación.
En lo que va de julio, se liquidaron unos u$s1.800 millones, lo que implica que, de mantenerse el actual ritmo de ventas, el mes podría terminar con un aporte de u$s3.000 millones, el mayor registro del año después del mes de mayo. ¿Es como para festejar? Por un lado, se trata de un nivel de liquidación correcto, aproximadamente un 15% por debajo de los mayores registros de las últimas décadas.
Es decir, como suelen destacar los analistas, no puede hablarse sobre una falta aguda de «sojadólares» para explicar las turbulencias del mercado. Hay, además, otros problemas de la balanza de pagos, como el hecho de que en el rubro energía, que hasta ahora venía siendo superavitario, hayan regresado los números en rojo, por una disminución en la exportación petrolera y una suba en las compras de gas licuado.
Pero también es cierto que en el campo no se ven incentivos como para mejorar la liquidación. Entre los expertos del negocio agrícola apuntan a que se esperará a nuevas señales, como por ejemplo la entrada en vigencia del recorte en el impuesto PAIS, que incide directamente en los costos de insumos, maquinaria y fertilizantes.
Esta situación está llevando a un empeoramiento en las proyecciones sobre la situación de reservas del Banco Central. En el análisis de los dólares que aportará el comercio exterior, hay estimaciones, como la de la Fundación Mediterránea, que indican una fuerte disminución para el segundo semestre. Así, después de haberse registrado un promedio mensual de u$s2.800 millones «base caja» -es decir, lo efectivamente pagado-, se pasará en la segunda mitad del año a un promedio mensual de u$s700 millones.
El aporte de divisas por parte del campo sigue a un ritmo razonable, pero en el mercado ven una disminución en los incentivos para la exportación
Con las nuevas medidas de Toto Caputo para mantener ajustada la base monetaria, se había generado una expectativa en el sentido de que los productores agrícolas podrían acelerar su ritmo de liquidaciones. Al achicar la brecha, se enviaba una señal fuerte al campo, porque la caída del dólar CCL implicaba, además, una disminución del dólar «blend» -que combina 80% al tipo de cambio oficial y 20% al CCL-.
La señal era clara: empieza a ser mal negocio retener la soja en las silobolsas, porque con el correr de los días se obtendrá un precio más bajo. Ergo, conviene liquidar ahora. Ni más ni menos que lo que se buscaron con todos los regímenes de incentivo exportador, como los que implementó el ex ministro Sergio Massa.
Sin embargo, el aluvión de sojadólares brilló por su ausencia, dando lugar a versiones de todo tipo en el mercado, incluyendo la de llamadas desesperadas a los celulares de los ejecutivos de cerealeras y grandes productores.
De Turquía a la renuncia de Biden
Es en ese contexto de escasez de divisas, que el gobierno está aumentando su dependencia de fuentes no tradicionales de ingreso de dólares, como por ejemplo el recientemente aprobado blanqueo de capitales. No es fácil determinar cuánto podrá entrar como parte de esta nueva amnistía para los inversores con capital fuera del país sin declarar, pero hay estimaciones de economistas que apuntan a unos u$s25.000 millones.
Es una cifra que luce pequeña si se la compara con los u$s117.000 millones que entraron durante el blanqueo de Alfonso Prat Gay en 2016, pero que igual sería importante para un momento de necesidad como el actual. Después de todo, el propio Javier Milei había cuantificado en u$s15.000 millones el refuerzo que necesitaba el Banco Central para poder levantar el cepo cambiario.
De todas maneras, ese proceso del blanqueo no alcanza como para llevar tranquilidad al mercado. Y es por eso que el gobierno está testeando la posibilidad de acceder al crédito internacional, ante el exigente calendario de vencimientos financieros –u$s17.000 millones hasta fines del año próximo-. En el mercado se interpretó que el uso del oro del BCRA para la obtención de una rentabilidad podría ser el paso previo a un nuevo endeudamiento, en el que esas existencias puedan fungir como posible garantía.
De todas formas, hay dudas sobre qué tan realista es la posibilidad de un regreso de Argentina al mercado internacional de crédito en este momento. Prestamistas siempre puede haber, claro, pero la pregunta es si la tasa que se pida por el crédito -cuando el índice de riesgo país supera otra vez los 1.600 puntos- puede ser aceptable y estar dentro del rango de lo pagable.
Caputo, a la búsqueda de dólares justo en un momento en que los inversores globales parecen huir del riesgo de las economías emergentes
En el mercado global se está reportando un clima de «vuelta al refugio» tras varios meses de inversiones fuertes en economías emergentes. Por caso, Turquía, que guarda ciertas analogías con la situación argentina, se benefició con la entrada de unos u$s24.000 millones desde fines del año pasado, gracias a la estabilidad de la moneda, que permitió un jugoso «carry trade». Esa nación, fue, después de Argentina, la que registró la mayor tasa dolarizada en lo que va del año para los llamados hedge funds.
Pero los últimos reportes advirtieron sobre la posibilidad de un súbito cambio de humor en el mercado, que implique una salida masiva de capitales, en busca de activos de refugio, ante un escenario global de mayor riesgo.
Fue en ese clima que se produjo la renuncia de Biden en la campaña estadounidense. Un evento que muchos analistas habían previsto como una fuente de mayor volatilidad pero que, a juzgar por las primeras señales, no ha sido tan mal recibido por los inversores. Al menos, el gobierno argentino pudo respirar con una leve recuperación de los bonos, tras varias jornadas de caída de precios.
En todo caso, el gobierno de Milei parece convencido de que una eventual victoria electoral de Donald Trump podría mejorar las posibilidades de un acuerdo con el FMI que implique la llegada de dólares frescos. Una suposición que, en realidad, todavía es recibida con escepticismo por parte de los inversores. Y que, aun en el supuesto de que fuera real, todavía queda a cuatro meses de distancia, algo que en términos argentinos es hablar de largo plazo.
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