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Por qué el Gobierno contará con menos dólares de los que proyectó en el Presupuesto



El presupuesto «déficit cero» que Javier Milei transformó en uno de sus pilares de gestión sigue acumulando dificultades para generar confianza en el mercado. Sobre todo, porque sus proyecciones en el ingreso de dólares parecen desmentirse con cada nueva estadística.

La balanza comercial de septiembre, si bien fue superavitaria, dejó la mitad de saldo que los meses precedentes: u$s981 millones contra u$s1.907 del mes anterior. Desde filas oficiales argumentan que se trataba de un efecto ya previsto, porque como empezaba a regir el recorte de 10 puntos en el impuesto PAIS, muchos importadores habían demorado sus compras, de manera de beneficiarse con la medida. En otras palabras, que sería un efecto pasajero.

Aun así, hay motivos para dudar que el superávit pueda crecer drásticamente otra vez. De hecho, lo que los analistas están viendo es que cada vez hay menos probabilidades de incremento de las exportaciones -por una cuestión estacional del agro-. Y, en contraste, cada vez hay más incentivo para importar, tanto por el atraso cambiario como por las últimas medidas de afloje del cepo, como la que acortó a un mes el plazo de acceso a las divisas desde que la mercadería ingresa a la aduana.

La cuestión es que el pronóstico oficial explicitado en el proyecto de presupuesto es que este año terminará con un superávit de balanza comercial de u$s21.972 millones. En el acumulado hasta septiembre el saldo es de u$s15.075 millones. Es decir, para que se cumpla el objetivo de Luis «Toto» Caputo, en el último trimestre se tendría que producir un superávit promedio mensual de u$s2.299 millones.

Es algo que aparece como improbable, dado que estos meses son, precisamente, los que registran la performance más floja del sector agropecuario, que ya terminó de liquidar la mayor parte de la cosecha gruesa y todavía no arrancó la fina.

Por lo pronto, las consultoras y bancos que participan en la encuesta REM del Banco Central estiman que este año las exportaciones terminarán en u$s77.610 millones contra u$s58.651 millones. Es decir, un saldo algo menor a u$s19.000 millones, lo cual no está mal si se considera que el año pasado terminó con un déficit de casi u$s7.000 millones, pero sigue siendo una cifra muy por debajo de la que marca el optimista informe del presupuesto.

Lo grave, en todo caso, no sería el error de cálculo, sino que ya toda la estimación del Presupuesto 2025 arrancaría con una baja credibilidad. Y la consecución de dólares comerciales es vital para el Gobierno, justo cuando está tratando de convencer al Fondo Monetario Internacional de que podrá cumplir sus compromisos en términos de acumulación de reservas.

La llamativa persistencia de la soja

Pese a estas diferencias entre las proyecciones oficiales y los números de la economía real, hay buenas noticias que asoman entre líneas del último reporte de balanza comercial.

La que más llama la atención es que la exportación agrícola, contra todos los pronósticos, mantuvo su regularidad. El enojo del campo por el retraso cambiario y por la disminución en los márgenes de rentabilidad -producto de la caída del precio internacional y la persistencia de altos impuestos- hacía pensar que se podría producir un súbito descenso en las exportaciones.

Sin embargo, el ritmo de liquidaciones ha continuado relativamente alto, como da cuenta el hecho de que el Banco Central esté comprando dólares todos los días, y que en algunas jornadas se acerque a los u$s200 millones, como si el país estuviera en plena temporada agroexportadora.

Entre productos primarios y manufacturas de origen agrícola, la exportación del campo en septiembre sumó u$s4.085 millones. Esto implica un 26% más que lo que se registraba hace un año y un 5% más que el mes anterior.

La incertidumbre es cuánto tiempo se podrá sostener ese ritmo. Los silobolsas siguen llenos y los analistas estiman que hay mercadería por unos u$s10.000 millones pendientes de comercialización. Pero el campo debe administrar esos recursos hasta que empiecen a ingresar los dólares de la cosecha gruesa, lo que lleva a los consultores a pensar que la cautela primará entre los productores sojeros y no se venderá más de lo estrictamente necesario.

El factor que podría incidir en este aspecto es el esquema del «dólar blend» -que permite que el 20% de la exportación pueda liquidarse en el mercado «contado con liquidación»-. En los últimos días, se intensificaron las versiones en el sentido de que ese régimen podría dejarse sin efecto en el corto plazo, dado que atenta contra la acumulación de reservas en el BCRA y nunca fue del agrado del FMI.

Buenas noticias en el rubro energía

La mejor noticia que está dejando la balanza comercial es el boom exportador en el rubro energético, que además ocurre en simultáneo con una caída en la importación. Ya pasado el rigor invernal, disminuyó abruptamente la compra de barcos con gas licuado.

Puesto en números, en septiembre se llegó a un superávit energético de u$s610 millones, casi el doble del registrado el mes anterior. Los avances en las obras del gasoducto Kirchner y el aumento en la exportación de petróleo hacen que el gobierno se entusiasme con el potencial del comercio de energía, que este año podría dejar un superávit mayor a los u$s5.000 millones.

Pero esa mejora del rubro energético no alcanza como para despejar las dudas sobre si el superávit comercial que espera el Gobierno es realista, dado que hay señales de una recuperación en las importaciones.

Los u$s5.954 millones registrados en septiembre siguen siendo un número bajo para una economía en fase de recuperación y en la que, además, hay incentivos macroeconómicos -dólar planchado y cierto alivio regulatorio- como para que los importadores vuelvan a acumular mercadería.

¿Aceleran las importaciones?

El incremento en las importaciones despierta en el Gobierno sentimientos ambiguos. Por un lado, es un motivo de preocupación porque todo adelgazamiento del superávit supone un riesgo para las reservas del Banco Central, que han venido recuperándose en las últimas semanas.

Pero, por otra parte, el hecho de que aumenten las importaciones puede interpretarse como un signo de que la economía está dejando atrás lo peor de la fase recesiva y que se están acelerando las inversiones.

Los economistas suelen citar la famosa regla del «tres a uno», que plantea que, por cada punto de crecimiento del PBI, se necesita que se incrementen tres puntos de importaciones, dada la necesidad de compras de insumos por parte del campo y la industria.

Esta expectativa se ve refrendada por el hecho de que los rubros que lideran las compras son los que requiere la industria nacional para aumentar su ritmo de producción. Así, los bienes de capital subieron en septiembre un impactante 47% respecto del mes anterior, mientras que los bienes intermedios aumentaron un 30%.

Los volúmenes siguen estando un leve 2% debajo del que se registraba hace un año, un momento muy particular, porque la incertidumbre del inminente recambio político y la sospecha de una devaluación hacía que las empresas acumularan stock para hacer frente a una crisis.

Ahora el panorama político luce más despejado, y Toto Caputo repite casi a diario que no alterará su esquema cambiario y mantendrá el crawling peg del tipo de cambio oficial. Pero, aun así -o, mejor dicho, por ese mismo motivo- los economistas ven que el estímulo para la importación sigue vigente.

«En la medida en que se sostenga la lenta, pero constante apreciación del tipo de cambio real, el incentivo a importar seguirá creciendo, incluso disipadas las expectativas de devaluación del tipo de cambio oficial en el corto plazo», observa un reporte de Ecolatina. Y advierte que este efecto podría potenciarse si el Gobierno, preocupado por la inflación, mantiene su política de reducción de los aranceles.





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