Debe ser una de las mayores paradojas en la historia de la relación bilateral Argentina-Estados Unidos: pocas veces un presidente tomó partido de manera tan explícita como Javier Milei lo ha hecho por Donald Trump, y pocas veces los expertos advirtieron sobre que la eventual victoria del republicano podría ser lo peor para los intereses de la economía argentina.
Mayor inflación internacional, altas tasas de interés, caída de precios de materias primas agrícolas, flujos de capitales saliendo desde países emergentes y buscando refugio seguro en el dólar, un mundo signado por una guerra comercial en la que China inunde con productos que no puede colocar en el mercado estadounidense. Ese es el listado de mínima que los analistas de todo el mundo anuncian como consecuencia de las «Trumponomics».
Y, por el contrario, los supuestos efectos positivos que Argentina pudiera obtener de una gestión de Trump aparecen seriamente en duda. En particular la que da por sentado que, con el republicano en la Casa Blanca, automáticamente se produciría un ablandamiento en el trato del Fondo Monetario Internacional para con Argentina.
Esta sospecha se hace todavía más fuerte si se consolida, como una tendencia firme, el incipiente déficit de cuenta corriente -es decir, el que mide la diferencia entre los dólares que entran y los que salen del país-, que lleva cuatro meses seguidos con números en rojo. Es uno de los indicadores que el FMI mira con mayor detenimiento, porque lo considera una señal indiscutible de retraso cambiario. Y es raro que asista financieramente a un país que antes no ajuste ese número.
Las dudas sobre un FMI más generoso
La realidad es que la mayoría de los ex funcionarios que han tenido trato directo con el FMI o que han sido directores en el organismo son escépticos sobre un viraje de 180 grados, en el sentido de que ahora el Fondo avale la política cambiaria de Milei y, además, desembolse dólares frescos que corren riesgo de esfumarse rápidamente, como ya pasó en 2018 durante la fracasada pulseada de Mauricio Macri en con mercado.
El FMI, bajo la dirección de la francesa Christine Lagarde, compró el argumento que Argentina es un caso diferente al resto, por su economía bimonetario. Y fue así que, en pocas semanas, se esfumaron miles de millones de dólares sin que se pudiera evitar una sucesión de derrotas contra el mercado. Cuando se pidió la ayuda al Fondo, en mayo de 2018, el dólar había saltado a $23, y en menos de un mes ya estaba en $29 a pesar de las ventas que había realizado Federico Sturzenegger, que renunció el 14 de junio.
Su sucesor, Toto Caputo, intentó un sistema de subastas diarias, que le permitió un respiro de un mes y medio, pero a mediados de agosto la cotización saltó de $28 a $30 e inició una escalada que llegó hasta los $40 por dólar a fin de mes. Cuando en medio de una pelea con el FMI Caputo renunció, el 25 de septiembre, el dólar ya cotizaba a $42.
A esa altura, el FMI había desembolsado u$s15.000 millones sin que Argentina pudiera cumplir las metas macroeconómicas comprometidas, y con un fracaso total en la defensa del tipo de cambio. De todas formas, ya con Guido Sandleris en el BCRA y un nuevo sistema cambiario de bandas de flotación, el Fondo liberó desembolsos adicionales por u$s19.000 millones.
Es cierto que, ocho años después, el FMI tiene una retórica más «blanda», y prueba de ello es que Gita Gopinath le dio aval oficial a un paper académico en el que se justifica que, en determinadas situaciones, los gobiernos pueden intervenir en el mercado cambiario -es decir, vender reservas del banco central- para evitar una volatilidad cambiaria que se contagie a los precios.
Pero en otros temas, el FMI parece tan rígido como siempre. Los últimos acuerdos dan una pauta en ese sentido. Por caso, en Pakistan se aprobó el mes pasado un salvataje de u$s7.000 millones de dólares, pero esto quedó condicionado a un duro plan de ajuste, que implica subas de tarifas y de impuestos y la eliminación de 150.000 puestos de trabajo en el sector público. Las quejas por el impacto en la población más pobre ya se están haciendo sentir.
Y en Egipto, hace seis meses un acuerdo que implicó una asistencia por u$s8.000 millones, pero también hubo condiciones. El país africano debía renunciar a los controles cambiarios y dejar flotar la moneda nacional, que devaluó un 54%.
El mercado teme los peligros para el país si gana Donald Trump
Pero, más allá de lo que pueda ocurrir en la relación bilateral -o en la influencia de Trump sobre el directorio del FMI-, las preocupaciones son mayores aun por lo que representa la economía «trumpista» para el comercio mundial.
El candidato republicano, embarcado en una nueva Guerra Fría con China, prometió una suba generalizada de aranceles del 20% y una de 60% para los productos de fabricación china. Hay analistas que creen que estos anuncios son, en realidad, una «bravuconada» destinada a que los chinos se sienten a negociar concesiones, pero lo cierto es que, aun con números más bajos, lo que viene es un mundo más proteccionista.
Por lo pronto, ya en todos los países están preparándose para mayores niveles de inflación, menor crecimiento y cambios drásticos en los flujos de capitales y precios de materias primas.
Además, Trump promete un abrupto recorte de impuestos para estimular el consumo, y al mismo tiempo quiere echar en masa a trabajadores inmigrantes. Un reporte de la respetada revista The Economist -una biblia para los liberales de la línea de Milei- advierte que esto puede traer resultados desastrosos.
Recuerda que la intención de Trump de impulsar los créditos baratos para comprar autos y otros bienes durables terminará por agravar el déficit fiscal de Estados Unidos, que ya se ubica en 6%. «Es un nivel solamente visto en tiempos de guerra o de recesión, y una política de gasto sin control podría espantar a los inversores privados y erosionar la fe del mundo en la deuda estadounidense como un activo libre de riesgo», advierte un editorial de The Economist, que llama abiertamente a votar por Kamala Harris.
Los analistas se muestran convencidos de que lo que viene es un enfriamiento de la economía estadounidense, que en los últimos años ha mostrado una buena performance. Tampoco es que la candidata demócrata entusiasme a los mercados. Por caso, mencionan que la Ley de Reducción de Inflación sancionada bajo el mandato de Joe Biden traerá un efecto opuesto al proclamado.
Esa ley otorga exenciones impositivas para las empresas que inviertan en energías renovables y para los consumidores que las compren. Traducido a dólares, implica unos u$s300.000 millones resignados por el fisco estadounidense. Mientras tanto, el petróleo «shale» sigue siendo la gran estrella de la economía.
Javier Milei, con más presión para devaluar
¿Cómo afectará esta situación a Argentina? En principio, todos los efectos parecen negativos. Primero, porque ante una mayor inflación internacional, habrá un «piso» más alto para la propia inflación local. Segundo, porque la previsible suba de la tasa de interés si gana Trump, algo que fortalece al dólar e indirectamente termina influyendo sobre el precio de las materias primas que Argentina exporta, como la soja.
Esa situación podría derivar en devaluaciones en cadena y un fuerte flujo de fondos, yendo a refugiarse en bonos del Tesoro estadounidense. Ergo: más presión bajista para la soja, cuyo precio es hoy un 30% más bajo que el de hace dos años.
Por vía indirecta, una presidencia de Trump incidirá en la política comercial china. Por un lado, podría disminuir su demanda de materias primas. De hecho, el gobierno de Beijing ya generó un alto nivel de stock, por precauciones geopolíticas. El nivel de excedente mundial de soja respecto de la demanda es un 33%, cuando el promedio en lo que va del siglo es de 25%.
La otra consecuencia -algo que de hecho ya se empezó a ver en la primera gestión de Trump- es una búsqueda, por parte de China, de compensar las menores ventas al mercado estadounidense con una oferta de bienes exportadora más agresiva en el resto de los mercados, incluyendo América Latina.
Ya los empresarios argentinos están dejando entrever su preocupación sobre ese punto. En un reciente acto de la industria siderúrgica, Paolo Rocca, el CEO de Techint, advirtió sobre la «competencia desleal» de las importaciones chinas, cuyo precio está por debajo del costo de producción, la típica práctica comercial conocida como «dumping».
Rocca le advirtió a Milei que esas importaciones lo pueden ayudar a contener la inflación en el corto plazo pero «tienen un poder destructivo sobre la actividad industrial». Y se animó a mencionar el tema que todos los empresarios tienen en mente, pero temen pronunciar para no provocar la ira de Milei: el atraso cambiario.
Rocca reclamó «un tipo de cambio que refleje la productividad de factores y no los flujos de capital de corto plazo». En otras palabras, que la industria argentina necesita una devaluación.
Y, en caso de una victoria de Trump, ese reclamo se hará todavía más fuerte, porque lo que ya se está viendo en la región es que, ante un mundo más proteccionista y un dólar más fuerte, el resto de la región responderá con devaluaciones que busquen compensar la competitividad perdida. Ese sería, justamente, el peor escenario para el esquema de ancla cambiaria que Milei pretende extender por todo el 2025.
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