Las primeras aclaraciones de los funcionarios del equipo económico tras las dudas que levantó el Presupuesto 2025 no hicieron otra cosa que relativizar las proyecciones oficiales.
Primero el propio texto oficial aclarando que muchos números habían sido elaborados en junio y que desde entonces «pasaron cosas». Luego Martín Vauthier aclarando que la suba de 100% en la recaudación por retenciones no implicará un aumento de la presión impositiva sobre el campo, sino que responde a alteraciones en la base de comparación -porque el año pasado muchos habían adelantado pagos-. Y, finalmente, el mismísimo Luis Caputo admitiendo que lo verdaderamente importante del anuncio era el compromiso fiscal y no tanto los números.
Por no hablar, claro, de la relativización sobre la magnitud del recorte del gasto que deberán hacer los gobernadores provinciales.
Pero, a juzgar por las primeras reacciones, las aclaraciones no aplacaron la inquietud en el mercado. Los economistas más críticos siguen mostrándose tan escépticos como siempre.
«Me quedé preocupado por el dogmatismo fiscal», dijo Carlos Melconian, uno de los frecuentes objetos de burla en los discursos de Javier Milei. Para Melconian, son poco creíbles las previsiones sobre saldo de la balanza comercial, y además hay una contradicción en el hecho de que con una suba de 5% del PBI se reduzca la inflación a un 18%.
Por su parte, la influyente Marina Dal Poggetto, puso directamente el dedo en la llaga al marcar el diagnóstico que sigue preocupando al mercado: «Al gobierno le faltan dólares». Y manifestó su escepticismo sobre un pronto acuerdo con el Fondo Monetario Internacional que permita una asistencia de dólares frescos.
Mientras ese es el tono de las críticas, en el campo, el sector más dinámico de la economía y principal aportante de divisas, resultó inocultable la decepción. No es que antes del presupuesto hubiera una expectativa desmedida por un alivio en la carga tributaria, pero luego de ver los números pareció confirmarse que no solo habrá retenciones para rato, sino que tampoco habrá incentivo exportador desde el punto de vista cambiario.
Los expertos del negocio agrícola ya están previendo un bajo ritmo de liquidaciones y consideran demasiado optimista la previsión sobre el aporte del campo tanto a las reservas del Banco Central como a la caja de la AFIP.
«En la medida que la cosecha sea semejante a la 21/22, que fue de números normales, tal vez esta vez con más soja que maíz, habría un nivel de exportación similar en volumen, pero no así en ingreso de divisas, ya que esa campaña fue de precios altos, a diferencia de la expectativa de precios actuales. Me parece que es muy optimista la mirada«, apunta en off the record uno de los más respetados consultores en la materia.
El mensaje de Luis Caputo al mercado y al FMI
¿Cuál sería, entonces, la ventaja para el gobierno en hacer proyecciones que luego los propios funcionarios se encargan de relativizar? Lo que el propio gobierno admite es que con el proyecto de presupuesto se intenta enviar una serie de mensajes políticos.
El primero fue hecho explícito por el propio Milei en la noche del domingo: la defensa a rajatabla del superávit fiscal -aun cuando eso pudiera significar un ajuste adicional- y el «blindaje» a los recursos necesarios para pagar los intereses de la deuda.
Pero no es la única señal que se intentó enviar al mercado. Hubo, además, definiciones tácitas respecto de otra cuestión crucial: cómo seguirá la política cambiaria, algo que resulta fundamental no sólo por la ansiedad que tradicionalmente ese tema despierta entre los argentinos, sino también porque se está por retomar la negociación con el FMI.
El gobierno dejó trascender que el alejamiento de Rodrigo Valdés como jefe del equipo negociador del Fondo suponía el fin de las presiones para una devaluación, dado que el economista chileno -de notoria mala relación con Toto Caputo- expresaba su descreimiento en la sostenibilidad de la actual paridad, y reclamaba el fin del cepo en el corto plazo.
Lo cierto es que, más allá de esa versión oficial, no está tan claro que el FMI haya cambiado su postura respecto de Argentina. Oficialmente, mantiene su discurso en el sentido de que el levantamiento de los controles cambiarios es deseable, pero que debe ser el eslabón final en una secuencia de normalización de la economía. Pero todos saben que en el staff del organismo hay una determinación absoluta: no repetir la experiencia de 2015, cuando se aprobó que Argentina usara fondos frescos para defender un tipo de cambio administrado, algo que no sólo va en contra de los postulados históricos del FMI, sino que hasta violenta sus estatutos.
Esto es lo que lleva a que en el mercado se mantenga el escepticismo sobre una asistencia de u$s10.000 millones, que es la versión periodística que se está mencionando desde hace meses. En cambio, aparece más realista la posibilidad de que la negociación implique una revisión del calendario de pagos, de manera de que se aliviane el panorama del 2025, justo cuando la situación de reservas del BCRA podría agravarse y acercarse a un déficit neto de u$s7.000 millones en el último trimestre de este año.
En realidad, el monto a pagarle al Fondo no es la parte más grave: representa apenas un 15% de los vencimientos, donde el grueso de las obligaciones vendrá por los bonos de deuda soberana y por el nuevo Bopreal creado por Caputo para resolver la deuda pendiente con los importadores.
¿El Gobierno no tiene apuro para terminar con el cepo?
Es en ese contexto de negociación y dudas que el gobierno trata de reafirmar su compromiso con el pago de las deudas. Y, por eso, en sus recientes polémicas con Cristina Kirchner a propósito de la «economía bimonetaria», Milei expuso el argumento que más controversia está generando entre los economistas: que en realidad no son las reservas, sino las cuentas fiscales las que aseguran la estabilidad del tipo de cambio.
Su argumento es que, al no existir déficit fiscal, se eliminan las presiones para la emisión monetaria, y que ese es el punto clave, porque lo que determina el riesgo de una crisis devaluatoria es el «overhang» de pesos.
¿Qué dice el presupuesto sobre este tema? Nada de manera explícita. «La palabra CEPO no aparece en todo el mensaje, tampoco términos como ‘controles de cambios’ o ‘unificación cambiaria’. Toda la cuestión de flexibilización cambiaria es la gran omisión», apunta un reporte de la consultora Outlier.
Sin embargo, hay mensajes entrelíneas. La proyección del dólar en el presupuesto 2025 trae una potente definición: se mantendrá el crawling peg a un ritmo de 1,5% mensual. Es decir, se descarta toda devaluación, y si hubiera una unificación entre el tipo de cambio oficial y el paralelo, sería porque el segundo baje hasta el nivel del primero, y no al revés. Como esto parece poco probable, lo que implícitamente se está sugiriendo es que habría que olvidarse de la eliminación del cepo para 2025.
Paradójicamente, una coincidencia entre Milei y Cristina Kirchner: el cepo como garante de estabilidad. Claro que la argumentación es diferente: el presidente no habla sobre el problema de la preferencia de los ahorristas por quedarse con los dólares del BCRA, sino que pone su foco el sobrante de pesos. Y por eso afirma que será el propio mercado, en la medida en que vaya incrementando la demanda de dinero, el que marcará el fin del cepo.
La difícil promesa de Luis Caputo de no atrasar al dólar
El segundo punto importante que transmite el presupuesto desde el punto de vista cambiario es que no se agravará el retraso. O, dicho de otra forma, que Argentina no se encarecerá en dólares durante el 2025.
Esto obedece a la coincidencia entre la cifra proyectada para la devaluación del tipo de cambio oficial y para la inflación anual. Ya el gobierno había dicho que, cuando el IPC acentuara su baja, el ritmo de devaluación también sería recortado.
La duda que queda flotando en el mercado, naturalmente, es si, en el caso de que se llegue a fin de año con un IPC encima de 3% mensual -es, de hecho, la expectativa de la mayoría de los economistas-, el Banco Central decidirá mantener el crawling peg en su actual velocidad de 2% mensual o si igual aplicará el recorte a 1,5% que se insinúa en el presupuesto.
Si, como afirma Toto Caputo, lo importante no son los números, sino el mensaje político, entonces habría que concluir que la conducta a seguir sería la de mantener un ancla cambiaria, pero que generar un agravamiento adicional sobre la situación de retraso cambiario actual. Es, de hecho, otro punto clave en la negociación con el FMI.
Esto implicaría, que si en el próximo verano la inflación arranca en niveles más altos de lo previsto, el crawling peg se mantenga sin cambios, sin bajar al escalón del 1,5%. Y que la expectativa de un freno en ambas variables quedará recién para la segunda mitad del año próximo cuando, si se cumplen las previsiones oficiales, mejorará un 9% en ingreso de dólares por exportación.
En definitiva, por estas horas el gobierno está dando una batalla difícil: la de la credibilidad, con todo el gremio de los economistas cuestionando los números oficiales.
En ese marco, una de las mayores preocupaciones reside en si se logrará evitar un déficit de la cuenta corriente, dado que con el actual tipo de cambio ya resulta difícil de contener la salida de dólares por turismo -sobre todo, tras el abaratamiento real que supondrá el fin del impuesto PAIS en los gastos con tarjeta-.
Por otra parte, hay una fuerte sospecha de que se está subestimando el monto de las importaciones. La cifra que prevé el presupuesto implica compras en el exterior por u$s6.940, una cifra que resulta 10% inferior a la registrada en el último año del gobierno peronista, y que los economistas consideran insuficiente como para garantizar un crecimiento de 5% en el Producto Bruto Interno.
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